Era un loro de colores, gordo y mudo. Al principio no se movía casi y miraba hacia otro lado al verme venir, después comenzó a suicidarse. Se quitaba las plumas de una en una con más tesón del que nunca le hubieses supuesto a un loro.
Llamamos al veterinario y el veterinario dijo que se trataba de un trauma por falta de afecto. Como no pensaba querer mucho más a mi loro, se me ocurrió soltarlo para que fuese en busca de algo mejor, pero lo único que encontró fue el perro del vecino. Supongo que resulta difícil volar con una sola pluma en el cogote.
Uno puede querer mucho a su loro, pero luego va un perro y se lo come. Por otro lado, uno puede no querer nada a su loro, pero luego va un perro y se lo come. Así que da igual cuánto quiera uno a su loro, porque eso no va a servirle de gran ayuda si anda un perro cerca.”
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